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Hotel Barajas

Hay quien puede pensar que de noche el aeropuerto de Madrid Barajas queda vacío. Nada más lejos de la realidad. A esas horas es cuando llegan al aeropuerto decenas de viajeros dispuestos a pasar allí la madrugada a la espera de los vuelos de primera hora de la mañana. Ellos se unen a otros personajes que han convertido el aeropuerto en su hogar. Juntos hacen de Barajas un auténtico hotel .  

Por Alfredo Trujillo

Cuando Olivia Waters, inglesa de 23 años, llega a la Terminal 1 de Barajas es consciente de lo que le queda por delante. Faltan 20 minutos para las 2  de la madrugada del jueves 17 de mayo. Su vuelo a Bournemouth no sale hasta las 5.30 horas. Son casi cuatro horas de espera. “No hay metro para llegar aquí tan temprano y tampoco puedo pagarme un taxi”, explica, “ya lo he hecho otras veces. Es duro pasar la noche así pero tampoco da miedo, no estaré sola. Hay mucha más gente por aquí”. Efectivamente, Olivia no se encuentra con un aeropuerto desierto. Más de cien personas están desperdigadas por los rincones más insospechados de la T1, la T2 y la T3 de Barajas. Algunos duermen en las esquinas de los pasillos, otros detrás de los bancos y alguno incluso instala una cama improvisada debajo de unas escaleras mecánicas. La mayor parte, sin embargo, opta o bien por el bar de la T1, el único que abre toda la noche, o por el hall donde están los mostradores de facturación de Ryanair, que está justo al lado del bar.

El café es un arma básica a estas horas. “La verdad es que cuando empecé aquí nunca pensé que iba a tener tanto trabajo por las noches”, comenta una de las camareras del bar de la T1. “No es que sea un ritmo agobiante, pero tampoco te da tiempo para descansar”, añade. Y es que todas las mesas del bar están ocupadas. Aquí los viajeros como Olivia intentan matar el rato tomando algo, leyendo algún libro, conversando, o simplemente echando una cabezada apoyados contra la pared. Los que van más preparados aprovechan para ver una película en el ordenador portátil. A todo esto, ya faltan pocos minutos para las tres.

Desde el mostrador de información de AENA María, azafata de tierra, observa el espectáculo. Es una espectadora privilegiada. “Cuando ves más gente durmiendo por aquí es entre las 12 y las cuatro. Luego ya empieza el ritmo normal del aeropuerto porque abren los mostradores de facturación”. Y agrega: “Los hay que duermen aquí cada día. Hay un señor, creo que árabe, que siempre duerme en la planta de arriba, al lado del restaurante. También hay un joven checo que está viviendo aquí desde hace casi más de un año. Normalmente está en la T3”. El joven se llama Petr, tiene cerca de 30 años y es tan enigmático como su propia situación. Simplemente se encoge de hombros cuando se le pregunta porqué está en Barajas desde hace tanto tiempo y se aleja de nuevo en busca de ese rincón que él ya considera su cama.

Para Buba Carr, un holandés de 28 años originario de Surinam, su situación tiene una explicación más sencilla. Está sentado en un banco del pasillo entre la T1 y la T2 porque espera la reapertura del metro. Dice que tiene que ir a la estación de Méndez Álvaro para coger un autobús a Málaga. Aunque se le ve algo inseguro y despistado, ya que también insiste en saber cómo puede ir a Barcelona y si el bus es más barato que el tren.

Quienes no tienen despiste de ningún tipo sino más bien un cabreo considerable son Elena y José. Su viaje de luna de miel no está yendo como habían previsto. Están pasando la noche en Barajas porque han perdido la conexión con un vuelo a Argentina. Su avión salió con retraso de Barcelona y al tomar tierra en Madrid hubo una serie de problemas técnicos con el aparato que hizo que tardasen más de una hora en desembarcar. Para entonces Argentina hacía rato que había volado. Ahora hacen tiempo a la espera del primer vuelo hacia el país andino.

A las cuatro el ambiente ya ha empezado a cambiar. En el pasillo más cercano al bar de la T1 ya no está aquella pareja, una de tantas, que dormía envuelta en mantas y con el carrito de las maletas al lado. La hora de los primeros vuelos se aproxima y muchos se apresuran para ir a hacer cola en los mostradores de facturación, que por fin empiezan a abrir. En el de Ryanair, Olivia espera su turno pasaporte en mano. “Finalmente ha sido menos duro que otras veces”, dice, “es una paliza pasar la noche aquí, pero es que sin metro nocturno para muchos no nos queda más remedio”. Cuando le llega su turno deposita su mochila en la cinta transportadora y tras recoger la tarjeta de embarque se dirige al control policial. Para entonces el Barajas de noche, ese peculiar y único  hotel que se monta por unas horas en el aeropuerto madrileño, ya ha dado paso al Barajas de día. Con él todo vuelve a la aparente normalidad. Y así hasta la noche siguiente.

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