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northern sky

Mirando atrás

Viento. Esa es la primera palabra que me viene a la cabeza cuando pienso en mi pueblo. Un viento fuerte y endemoniado que juega con los hombres casi como si fueran naipes y los hace mover a su antojo, así lo recuerdo.
Ahora que vuelvo al pueblo, a casa, me parece que el viento ya no tiene aquel ímpetu, claro que cuando uno es pequeño ve las cosas a través de un cristal que todo lo deforma y exagera, de modo que quizás ese viento que recuerdo es el mismo que sopla a mi regreso. En todo caso la sensación que tengo es que este viento es mucho más flojo y cansado que el que me hacía volar en mi infancia.

Volver al lugar donde pasé los primeros años de mi vida siempre genera una serie de sentimientos contradictorios en mí. Por un lado emoción, por ver sitios que hace años perdí de vista, por recordar momentos que con los años han quedado cubiertos por la neblina del tiempo y del olvido. Pero al mismo tiempo también me siento invadido por una sensación de nostalgia y pena. Me doy cuenta de todo lo que quedó atrás, y de la inocencia perdida con el transcurrir de los años, y es que el paso del tiempo es implacable.

El antiguo colegio, ahora en ruinas, el bosque, las playas, la plaza… todos los lugares están llenos de recuerdos que me asaltan a cada paso que doy.
Es en estos momentos cuando empiezo a preguntarme por toda esa gente que un día conocí y que luego, con el paso de los años, fueron quedando atrás, hasta desaparecer por completo de mi vida. Si, no puedo evitar preguntarme “¿Qué habrá sido de ellos?”, de Miguel, de Albertito, de Dani y sus hermanos… Con unos perdí el contacto porque se fueron del pueblo, con otros fue simplemente por “evolución”: la amistad se va perdiendo poco a poco, sin saber cómo, hasta que llega un día en que quien antes era tu mejor amigo es casi un perfecto desconocido. Supongo que es ley de vida, pero en el momento en que te paras a pensarlo la pena te invade, y es imposible no sentirse triste, e incluso algo abatido. Y es curioso, porque toda esa nostalgia y tristeza no me disgusta. Casi podría afirmar que me siento bien estando triste y recordando el pasado, es algo irracional, pero no lo puedo evitar.

Por suerte, o desgracia, luego, cuando vuelvo a la vida normal, el día a día rápidamente borra esos pensamientos de mi cabeza, y la pena se va, hasta la próxima visita al pueblo. Fue bonito mientras duró.

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